Lo
que más me gustó: la capacidad que el autor ha tenido de crear una estructura
narrativa que refleja perfectamente al personaje central, Iñaki Abaitua. Una
estructura muy original, como he visto pocas: de ella forma parte, por ejemplo,
la desorganización.
Un cierto caos que funciona muy bien. Porque Iñaki también es
un gran despistado (por muchos diccionarios que haga, lo es).
El
desorden narrativo se señala varias veces a lo largo de la novela, como si el
autor quisiese confesar sus intenciones a través de reflexiones o de
referencias a lugares (el Parque Güell, por ejemplo). Es uno de los retos de
esta novela: un reto que termina siendo una victoria.
Además
de la desorganización, tenemos el movimiento de fuga: el tiempo con frecuencia
va hacia atrás, sobre todo en la parte inicial de la novela, como rechazando el
presente. Esta fuga que se refleja en la estructura también es un rasgo de
Iñaki: alguien que siempre intenta escaparse de todo.
Después
está la repetición: una característica estructural que domina sobre todo en la
segunda parte de la obra y en la cual, en mi opinión, se refleja la dimensión
obsesiva de Iñaki. Hay cosas que él no olvida y la novela refleja muy bien
estos recuerdos que vuelven y vuelven.