20 abr 2011

'La llave del cielo' Luis Sepúlvedak guretzat idatzitako ipuin argitaragabea/ Un cuento inédito de Luis Sepúlveda.

La llave del cielo.


“Nosotros los de entonces ya no somos los mismos”, escribió Neruda y algo de eso es cierto; dejamos que los años envejezcan con nosotros sin el menor rencor y ya no nos asombra nada.

Sin palabras decíamos precisamente eso la mañana del 1 de Marzo de 2010. Los tres sobrevivientes del  clan de la clef du ciel habíamos llegado hasta lo que quedaba de Dichato, una pequeña bahía pegada al Pacífico y que dos días antes había conocido la furia del mar y ya no era más que un amasijo de restos de casas, barcas destrozadas y cadáveres flotando en las aguas mansas de la tragedia. Primero fue un terremoto de intensidad infernal y a las pocas horas un maremoto borró el poblado de pescadores de la geografía chilena.


Para el clan de la clef du ciel Dichato era el lugar al que regresábamos cada dos o tres años para vernos, comprobar que seguíamos vivos y beber a la salud del recuerdo de la francesita.

Entre socorristas que retiraban muertos del agua y gentes de rostros desencajados que intentaban rescatar una silla, un cuadro, una bombona de gas de entre las algas, Fernando reconoció un trozo de tablón sobre el que todavía destacaban los trazos robustos de Roberto Matta.

-Aquí estaba la casa. Es el retablo que Michelle colgó del comedor- indicó Fernando.

Nunca supimos si la casa era de ella, pero creo que fue en uno de los agotadores días de 1972 cuando Michelle Manassé compartió con nosotros una de las enormes mesas del comedor de la Casa de la Juventud y nos dijo que había encontrado un pequeño paraíso en la costa de Tomé, muy cerca de Concepción.

Tampoco sabíamos con precisión cuándo había llegado a Chile porque Michelle Manassé apareció de pronto como una voluntaria más entre los miles de estudiantes que distribuíamos alimentos y otros bienes mientras los transportistas cumplían cien días de huelga, sin que sus camiones paralizados consiguieran detener el país. En los ratos de descanso y compartiendo empanadas frías nos hablaba de Argel y sus paseos por la kashba en busca de cosas inútiles pero que ella imaginaba llenas de historia. Ese día difuminado entre los recuerdos de nuestra revolución pacífica nos habló de la casa en Dichato y acordamos ir, ignorando que con esa determinación nacía el clan de la clef du ciel.

-¿Cuántas veces estuvimos aquí?- preguntó Roberto  sosteniendo los restos mojados de una novela de Roman Gayri.

Ninguno recordaba con exactitud, ninguno de los tres, claro, porque faltaban dos miembros del clan de la clef du ciel , Carlos y Ramiro. A los dos se los llevaron un día de 1974 desde la facultad de filosofía y letras, los subieron a un coche sin matrícula y pasaron a ser memoria, pura y frágil memoria.
-Lo único que recuerdo con certeza es que nos dio la llave en Abril del 74. Era el día de su aniversario, el día que cumplió veintiocho años- me atreví a decir entre las ruinas y esas palabras me sonaron también medio deshechas por la furia del mar.

Hasta el 11 de Septiembre del 73 la casa de Dichato fue el rincón marino al que acudíamos para hablar de la revolución con la más necesaria de las irreverencias, beber el vino áspero de la región y escuchar los discos de Barbara y Leo Ferré, que Michelle Manassé hacía girar en un viejo tocadiscos. Tal vez se marchó de Chile muy poco antes del golpe de Estado, alguno de nosotros la oyó decir que se iba al país vasco, pero lo cierto es que en Abril del 74 la encontré en una calle de Santiago, nos abrazamos y sin palabras nos dijimos todo, todo, hasta la ausencia de Carlos y Ramiro fue parte de la elocuencia del silencio.

Un atardecer muy frío de abril Roberto, Fernando y yo regresamos a la casa de Dichato. El viejo mar estrellaba sus olas contra el roquerío cercano y de la casa de Michelle Manassé escapaba una delicada columna de humo que invitaba a acercarse. Unos palos botados por el mar ardían en la chimenea de greda y la francesita colgaba un trozo de mural pintado por Roberto Matta sobre varios tablones de madera. Nos contó que lo había salvado de una hoguera en Concepción, que la lluvia del sur había interrumpido un acto de fe de los militares en el que quemaron un lienzo de David Alfaro Siqueiros y cientos de libros. Acariciando los restos de la obra de Matta nos habló de un vasco cuyo nombre no nos decía nada, Agustín Ibarrola, agregando que ése vasco hacía hablar la madera más allá del tiempo y el dolor.

Aquella tarde no escuchamos a Barbara ni a Leo Ferré. El vino nos pareció más áspero mientras hablábamos del miedo y del presente impregnado de ninguna parte que nos rodeaba. Entonces Michelle Manassé nos entregó una llave de las antiguas, de esas que miradas de frente sugieren letras de alfabetos felices, que abren puertas conducentes a espacios luminosos, cálidos, salvadores.

Después la vida empezó a llamarse exilio, para nosotros  y también para la llave. Entre 1987 y 1990 esa llave viajó desde el exilio australiano de Roberto al exilio escandinavo de Fernando, y de Suecia a mi destierro alemán. Cada uno la conservaba durante medio año y al enviarla al siguiente custodio, como remitente simplemente escribíamos clan de la clef du ciel.

-¿Alguno recuerda qué nos dijo cuando nos entregó la llave?- consulta Fernando mientras nos alejamos de las ruinas.

-Habló de una casa en la que siempre estaríamos a salvo, pero no me acuerdo si en Argelia, Francia, aquí o en el país vasco- musita Roberto todavía aferrado al libro de Romain Gayri.

En Tomé entramos a una cantina mientras la tierra sigue temblando. Bebemos el mismo vino de antes mientras la tierra sigue temblando. Alguien dice que un escritor vasco, Ramón Saizarbitoria la nombra en una novela mientras la tierra sigue temblando. Hay que buscar a ese hombre, decimos, mientras la tierra sigue temblando.

Luis Sepúlveda
Gijón. Abril 2011.

2 comentarios:

  1. MIRESGARRIA
    Karmele Alonso

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  2. Eskerrik asko, Karmele, komentario hau egiteagatik. Luis Sepúlveda idazle paregabea da eta ipuin honek bere kalitatearen adibide bat da.

    Gracias, Karmele, por tu comentario. Luís Sepúlveda es un magnífico escritor y éste cuento es una muestra de su calidad.

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